Artículo
Jeane Lessinger Borges *1
Julia Assumpção Heine 2
Débora Dalbosco Dell'Aglio 3
* Rua Natal, 65, Bairro Boa Vista Novo Hamburgo, RS, Brasil. Tel.: +55 51 996178182. jeanepsico@yahoo.com.br
1 0000-0002-1925-7047. Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brasil.
2 0000-0002-3622-0588 . Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brasil.
3 0000-0003-0149-6450. Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Porto Alegre, Brazil; e Universidade La Salle, Canoas, Brasil.
Recibido, mayo 28/2019
Concepto de evaluación, octubre 07/2019
Aceptado, marzo 16/2020
Como citar este articulo / How to cite this article: Borges, L. J., Heine, J. A., & Dell'Aglio, D. D. (2020). Personal and contextual predictors for adolescent dating violence perpetration. Acta Colombiana de Psicología, 23(2), 449-459. http://www.doi.org/10.14718/ACP.2020.23.2.16
Resumen
Los estudios previos sobre el tema indican que ser víctima de malos tratos en la infancia y ser testigo de violencia conyugal en los padres son variables predictoras de la violencia en el noviazgo entre adolescentes; así como que la influencia del grupo de pares, el uso del alcohol y el sexo femenino aumentan el riesgo para la violencia en el noviazgo, aunque estas son variables todavía poco investigadas. Teniendo esto en cuenta, con el presente estudio transversal y descriptivo se investigó respecto a las variables personales y contextuales asociadas a la perpetración de violencia en el noviazgo en 403 adolescentes, de 14 a 19 años, de escuelas públicas y privadas en la Región Metropolitana de Porto Alegre, Brasil. Como resultados, una regresión logística multivariada indicó que haber sufrido maltrato psicológico en la infancia aumenta 5.37 veces (95 % IC = 2.30-12.57) la probabilidad de que un adolescente sea perpetrador de violencia verbal-emocional en el noviazgo. Otras variables, como ser testigo de violencia conyugal, la influencia del grupo de pares, el consumo de alcohol y el sexo femenino, no se mostraron significativas. Este estudio recoge evidencia de aspectos intergeneracionales de la violencia en el noviazgo e indica la necesidad de programas de prevención e intervención con los adolescentes.
Palabras clave: violencia en el noviazgo, adolescencia, maltrato infantil, intergeneracionalidad.
Resumo
Estudos prévios indicam que ser vítima de maus-tratos na infância e testemunhar a violência conjugal dos pais são preditores da violência no namoro na adolescência. A influência do grupo de pares, o uso de álcool e ser do sexo feminino igualmente aumentam o risco para a violência no namoro, embora ainda sejam variáveis pouco investigadas. Dessa forma, este estudo transversal descritivo investigou variáveis pessoais e contextuais associadas à perpetração de violência no namoro em 403 adolescentes, de 14 a 19 anos, de escolas públicas e privadas da Região Metropolitana de Porto Alegre, Brasil. Uma análise de regressão logística multivariada indicou que ter sofrido maus-tratos psicológicos na infância aumenta em 5,37 (IC 95 % = 2,30-12,57) a probabilidade de um adolescente ser perpetrador de violência verbal ou emocional no namoro. Demais variáveis preditoras (testemunhar violência parental, influência do grupo de pares, uso de álcool e ser do sexo feminino) não se mostraram significativas. Este estudo reúne evidências de aspectos intergeracionais da violência no namoro e indica a necessidade de programas de prevenção com adolescentes.
Palavras-chave: violência no namoro, adolescência, maus-tratos na infância, intergeracionalidade.
Abstract
Previous studies indicate that being a victim of child maltreatment and witnessing parental violence are predictors of dating violence in adolescence. The influence of the peer group, alcohol use and being female also increase the risk for dating violence, although they are still poorly researched variables. Thus, this descriptive cross-sectional study investigated personal and contextual variables associated with the perpetration of dating violence in 403 adolescents, aged 14-19, from public and private schools in the Metropolitan Region of Porto Alegre, Brazil. A multivariate logistic regression analysis indicated that having suffered psychological maltreatment in childhood increases 5.37 (95% IC = 2.30-12.57) the likelihood of an adolescent being a perpetrator of verbal/emotional dating violence. Other predictive variables (witnessing parental violence, peer group influence, alcohol use and being female) were not significant. This study gathers evidence of intergenerational aspects of dating violence and indicates the need for preventive work with adolescents.
Keywords: dating violence, adolescence, child abuse, intergeneration.
Introducción
La violencia de pareja en la adolescencia se ha caracterizado como un problema de salud pública, ya que es un factor de riesgo para la repetición de patrones violentos en las relaciones matrimoniales de adultos, además de estar asociado con una serie de consecuencias negativas sobre la salud mental de las personas involucradas (Barreira et al., 2013; Kim et al., 2014; Smith et al., 2011). Específicamente, la violencia de pareja (teen dating violence, adolescent relationship abuse o adolescent dating violence) abarca una variedad de comportamientos abusivos, incluida la violencia física, psicológica y sexual, presentes en las relaciones íntimas de preadolescentes, adolescentes y adultos jóvenes (Center for Disease Control and Prevention, Division of Violence Prevention [CDC], 2014; Mulford & Blachman-Demner, 2013); y el abuso puede ocurrir directamente, online —a través de Internet—, o incluso por una tercera persona enviada por el agresor (CDC, 2014).
Los estudios orientados a la investigación de la violencia en las relaciones afectivo-sexuales entre adolescentes y estudiantes jóvenes son recientes en Brasil (Aldrighi, 2004; Marasca & Falcke, 2015; Minayo et al., 2011). Por ejemplo, en un estudio con 3205 adolescentes de 10 capitales brasileñas se observó una tasa de perpetración de violencia de pareja del 86.8 % (Oliveira et al., 2011), mientras que en una encuesta realizada en Recife (PE), el 83.9 % de los adolescentes (n = 408), con edades entre los 15 y los 19 años, afirmaron haber perpetrado y sufrido violencia física o psicológica de pareja (Barreira et al., 2014).
Este fenómeno también ha sido ampliamente investigado en estudios internacionales. Tal es el caso de un estudio en EE. UU. con jóvenes de 11 a 16 años, donde el 40.0 % de los participantes informó haber cometido uno o más actos abusivos contra su pareja, mientras que el 49.0 % informó haber sufrido violencia por parte de su pareja (Goncy et al., 2017). Asimismo, en Italia el 43.7 % de las adolescentes y el 34.8 % de los adolescentes informó haber experimentado algún tipo de violencia por parte de su pareja (Romito et al., 2013); mientras que en Portugal se encontró una tasa de victimización del 25.4 % en una muestra de jóvenes de entre 13 y 29 años (Caridade, 2011); y en México los estudiantes universitarios informaron un 73 % de violencia psicológica y un 27.7 °% de violencia sexual perpetrada por su pareja íntima (Flores-Garrido & Barreto-Ávila, 2018).
Con respecto a los patrones de perpetración de la violencia de pareja, los hombres jóvenes tienden a tener tasas más altas de violencia sexual (Rey-Anacona, 2017; Wincentak et al., 2017), mientras que las adolescentes tienden para perpetrar más violencia física o verbal-emocional (Abilleira et al., 2019; Barreira et al., 2014; Borges, 2018; Marasca & Falcke, 2015). De hecho, en un estudio en el que se investigó modelos de asociación entre la perpetración y la victimización de la violencia en las relaciones íntimas de los adolescentes colombianos, teniendo en cuenta la variable género, se encontró que en los hombres los problemas de adaptación están relacionados con la perpetración de la violencia, mientras que en las mujeres están asociados con la victimización (Rozo-Sánchez et al., 2019). De este modo, aunque pueda observarse un patrón bidireccional de violencia de pareja, se observa un sesgo de género en los tipos de violencia perpetrados por los adolescentes.
Por otra parte, existe una gran preocupación no solo con las tasas de prevalencia de violencia de pareja juvenil, sino también con las consecuencias para la salud mental asociadas con su ocurrencia (Bonomi et al., 2013; Goncy et al., 2017). En este sentido, varios problemas psicológicos se han asociado con la violencia de pareja, incluidos síntomas de depresión, ansiedad, estrés postraumático, trastornos alimentarios y consumo de alcohol y tabaco, así como conductas sexuales de riesgo (Bonomi et al., 2013; Ulloa & Hammett, 2016). Es más, tanto la victimización como la perpetración de violencia de pareja en la adolescencia se asociaron con ideas y comportamientos suicidas (Caridade & Barros, 2018).
De igual forma, estudios recientes han indicado que la violencia de pareja en la adolescencia es un fenómeno multicausal y que hay varios factores asociados con su ocurrencia (Baker, 2016; Choi et al., 2017; Ouytsel et al., 2017; Sabina et al., 2016). Por ejemplo, en un estudio de meta-análisis (n = 15 estudios) se encontraron variables individuales, familiares y del grupo de pares como predictoras de violencia de pareja (Gracia-Leiva et al., 2019), donde el uso de sustancias, el sexo masculino como perpetrador de violencia sexual, el grupo de pares con comportamiento agresivo, sufrir o perpetrar bullying, la ocurrencia de violencia en la familia de origen y las relaciones negativas entre padres e hijos se asociaron con la perpetración de violencia de pareja. Adicional a esto, en el estudio de revisión de literatura (n = 20 estudios) propuesto por Vagi et al. (2013) se identificaron factores de riesgo y protección para la perpetración de la violencia de pareja, dentro de los cuales se destacaron 53 factores de riesgo —individuales y contextuales—, incluidos el grupo de pares violentos, la mayor aceptación de la violencia, el uso de sustancias, el abuso físico en la infancia, la exposición a la violencia interparental y la interacción conflictiva entre padres e hijos, entre otros.
También, en lo que respecta a las variables individuales, para Choi et al. (2017) el ser mujer, tener una mayor aceptación de la violencia dentro de las relaciones íntimas, así como padres con menores niveles de educación, fueron igualmente asociados a la violencia de pareja en comparación con los adolescentes sin antecedentes de este tipo de violencia; y en su estudio, con 1042 adolescentes de escuelas públicas de EE. UU., se identificó que ser mujer es uno de los predictores más sobresalientes de la violencia de pareja (Choi et al., 2017). Por otra parte, un meta-análisis de Wincentak et al. (2017), con 101 estudios, indicó que el 25 % de las niñas y el 13 % de los niños habían perpetrado violencia física de pareja; mientras que, en un estudio con adolescentes españoles, Izaguirre y Calvete (2017) descubrieron que las niñas estaban más caracterizadas como perpetradoras y víctimas de violencia psicológica de pareja en comparación con los niños.
Otra variable individual asociada con la victimización y la perpetración de violencia en las relaciones íntimas es el uso de alcohol y de otras drogas (Baker, 2016; Facundo et al., 2009; Novak & Furman, 2016; Ouytsel et al., 2017; Sabina et al., 2016). Respecto a esto, en un estudio de adolescentes estadounidenses se encontró que el consumo de alcohol estaba asociado con ser un perpetrador de violencia de pareja (Novak & Furman, 2016); mientras que en otro estudio, también en EE. UU., se observó de igual forma la influencia del uso de sustancias en la aparición de violencia en las relaciones íntimas (Baker, 2016). Es más, en un estudio realizado en México con jóvenes entre los 18 y los 29 años se encontró una relación significativa entre el consumo de alcohol y la violencia psicológica de pareja, lo que indica que cuanto mayor es el consumo de alcohol, mayor es la violencia ejercida por los hombres contra sus novias (Facundo et al., 2009).
Con respecto a los factores contextuales, la exposición a la violencia en el contexto intrafamiliar, ya sea por presenciar la violencia conyugal entre los padres o por haber estado expuestos al abuso infantil, se ha considerado como una variable de riesgo bien documentada en la literatura internacional (Calvete et al., 2018; Cascardi, 2016; Izaguirre & Calvete, 2017; Reyes et al., 2015). En este sentido, Izaguirre y Calvete (2017) encontraron que presenciar la violencia interparental en la infancia predice la perpetración de violencia de pareja entre los jóvenes españoles; al igual que en un estudio con jóvenes estudiantes universitarios en Corea del Sur, donde se indicó que el abuso físico en la infancia incrementó 2.11 veces la posibilidad de perpetrar violencia de pareja (Jennings et al., 2014).
De igual forma, Reyes et al. (2015) afirmaron que sufrir abuso en la infancia se consideró más relevante para la violencia de pareja que presenciar la violencia de los padres; y en estudios latinoamericanos recientes (Martínez et al., 2016; Moraga et al., 2019) también se ha encontrado una asociación entre la violencia en el contexto familiar y la violencia de pareja. En Colombia, en particular, el estudio de Martinez et al. (2016) indicó que el 43.5 % de los jóvenes que presenciaron violencia interparental fue víctima de algún tipo de violencia de pareja; y en Chile, por otra parte, la exposición a la violencia interparental, especialmente por parte del padre contra la madre, se asoció con la violencia de pareja en estudiantes universitarios (Moraga et al., 2019).
Asimismo, otros estudios destacan la presencia de transmisión intergeneracional de la violencia en casos de violencia de pareja (Faias et al., 2016; Karlsson et al., 2016); y por lo general investigaciones que tienen como fundamento los supuestos de la teoría del aprendizaje social (Bandura, 1971; Bandura et al., 2008). Según esta teoría, la violencia se aprende a través de la observación indirecta y la imitación vicaria, de modo que los jóvenes que crecen en familias violentas observan repetidamente modelos negativos —como es el caso de los padres que resuelven conflictos matrimoniales a través de la violencia— y, por lo tanto, es más probable que estos adolescentes acepten el uso de la violencia en sus relaciones íntimas (Karlsson et al., 2016; Smith et al., 2011).
Finalmente, otro factor contextual asociado con la violencia de pareja en la adolescencia es la influencia del grupo de pares (Ellis et al., 2013; Foshee et al., 2013; Santos & Murta, 2016), pues los jóvenes que tienen amigos que perpetran o consideran la violencia de pareja como algo trivial tienden a ser perpetradores de violencia en sus propias relaciones. En este sentido, en un estudio longitudinal llevado a cabo con 3412 adolescentes norteamericanos de escuelas públicas, por ejemplo, se observó la influencia del grupo de pares para la ocurrencia de violencia de pareja, pues sus resultados indicaron que tener amigos que perpetraron violencia en sus relaciones íntimas, ser mujer y ser una adolescente "popular" en su entorno social aumenta el riesgo de violencia de pareja (Foshee et al., 2013). De igual forma, en un estudio con 589 adolescentes canadienses se identificó que tener amigos en un grupo de pares con comportamiento agresivo es un factor de riesgo para la victimización y perpetración de la violencia de pareja en la adolescencia (Ellis et al., 2013).
En particular, en el contexto brasileño los estudios han señalado la asociación entre la violencia intrafamiliar y la perpetración de violencia física y psicológica de pareja en la adolescencia (Barreira et al., 2013; Oliveira et al., 2014). Tal es el caso del trabajo de Marasca y Falcke (2015), donde se investigó el rol de la familia y del grupo de pares como variables predictoras de la violencia de pareja.
Sin embargo, pese a los avances en la literatura sobre el tema previamente descritos, todavía hay una brecha con respecto a la investigación conjunta de factores individuales —como el género y el consumo de alcohol— y contextuales —como el núcleo familiar y el grupo de pares— que contribuyen a la perpetración de la violencia de pareja en la adolescencia. A partir de estas consideraciones, en el presente estudio se planteó como objetivo investigar la presencia de variables personales y contextuales asociadas con la perpetración de la violencia de pareja en la adolescencia.
Método
Diseño
Se realizó un estudio de tipo descriptivo y de corte transversal.
Participantes
Los 403 adolescentes que participaron en este estudio —seleccionados por conveniencia— informaron haber cometido algún tipo de violencia en las relaciones afectivo-sexuales en la adolescencia (62.4 % mujeres, M = 16.73 años; DE = 1.20). En general, la muestra estuvo conformada por estudiantes de secundaria de las escuelas públicas (64.5 %), privadas (18.2 %) y profesionales (17.3 %) de la Región Metropolitana de Porto Alegre, Brasil; y la mayoría de ellos provenía de familias nucleares (54.2 %), seguidos por familias conformadas por padres solteros (26.5 %).
Como criterios de inclusión se tuvieron en cuenta: (a) tener entre 14 y 19 años y (b) tener o haber tenido algún tipo de relación íntima en el presente o el pasado. De este modo, la muestra incluyó solo adolescentes que habían experimentado algún tipo de relación afectivo-sexual a lo largo de sus vidas —breves o fijas— y que estaban en una relación de pareja en el momento del estudio —"enrollarse" y "salir"—. Se excluyeron los casos de adolescentes que se declararon casados, así como aquellos que afirmaron que vivían con su pareja.
En el momento de la recopilación de datos, el 63 % de los participantes tenía algún tipo de relación afectivo-sexual, con el 31.4 % "enrollándose con alguien" y el 66.6 % "saliendo". Por otra parte, la duración de la relación varió entre dos semanas y ocho años (M = 11.92 meses, DE = 12.90 meses); la edad de la pareja actual osciló entre los 13 y los 30 años (M = 17.81, DE = 2.54); y, entre las mujeres, el 91.9 % informó tener relaciones heterosexuales y el 8.1 % reportó relaciones de pareja con alguien de su mismo sexo, mientras que entre los hombres el 94.8 % reportó relaciones heterosexuales y el 5.2 % parejas del mismo sexo.
Instrumentos
Cuestionario sociodemográfico
Se diseñó un cuestionario para evaluar las características individuales —como edad, género, educación, uso de alcohol y otras drogas—, —familiares como con quienes vivían, presencia de violencia conyugal entre los padres y uso de drogas por parte de los miembros de la familia— y las relaciones afectivo-sexuales actuales o pasadas —como el tipo de relación, duración y datos sobre la pareja íntima—. Adicionalmente, se incluyeron dos preguntas sobre la influencia del grupo de pares: "Tengo amigos que atacan verbalmente a su pareja" y "Tengo amigos que atacan físicamente a su pareja". Finalmente, ser mujer, usar alcohol y tener amigos que abusaron verbal o físicamente de su pareja se transformaron en variables categóricas, donde 1 = sí y 0 = no.
El abuso en la infancia.
Se utilizó el inventario de exposición a la violencia intrafamiliar en la infancia (IEVII), elaborado por las autoras con el objetivo de evaluar retrospectivamente la exposición a la violencia intrafamiliar que sufren los adolescentes durante su infancia. Los ítems de este instrumento fueron desarrollados a partir de la literatura, y tres expertos en el campo fueron considerados como jueces. En general, hubo un buen acuerdo entre los jueces con respecto a los ítems propuestos y, tras dicho veredicto, se realizó un estudio piloto (Borges, 2018).
En particular, el inventario consta de 19 ítems que se responden a partir de una escala tipo Likert de cuatro puntos ("0 = nunca" y "3 = siempre"), con los cuales se evalúa el abuso psicológico (8 ítems), la negligencia (4 ítems), el abuso físico (4 ítems) y el abuso sexual (3 ítems) perpetrados por padres o cuidadores. El puntaje total puede variar entre 0 y 57 puntos. Posteriormente, los datos se codificaron en "0" para cualquier tipo de abuso sufrido en la infancia y en "1" por su ocurrencia para cualquier tipo de exposición. En este estudio, el análisis de consistencia interna de la escala general fue de .83, mientras que, entre las subescalas, la consistencia varió de .50 (negligencia) a .78 (abuso sexual).
Violencia en las relaciones afectivo-sexuales en la adolescencia
Se utilizó el inventario de conflictos de relaciones íntimas de adolescentes (CADRI) de Wolfe et al. (2001), adaptado para Brasil por Minayo et al. (2011), con el cual se evalúa la presencia de conductas abusivas en las relaciones afectivo-sexuales en la adolescencia tanto en situaciones donde la persona es la víctima como cuando es la autora de la violencia. El instrumento se responde por medio de una escala tipo Likert de cuatro opciones (0 = "nunca"; 1 o 2 veces = "raramente"; 3 a 5 veces = "a veces"; y más de 6 veces = "siempre"), y los ítems indagan sobre cinco tipos de violencia —física, sexual, psicológica verbal-emocional, psicológica-amenazas y violencia relacional—. En el estudio de la versión adaptada a Brasil (Minayo et al., 2011), el alfa de Cronbach para la violencia sufrida fue de .87, y de .88 para la violencia perpetrada; mientras que en el estudio actual los alfas fueron de .87 para la violencia perpetrada y de .90 para la violencia sufrida. Finalmente, se midió un puntaje total para la victimización y otro para la perpetración de violencia, donde se codificó "0" la no ocurrencia y "1" la ocurrencia de la violencia.
Procedimiento
La recolección de los datos se llevó a cabo de forma colectiva en escuelas públicas y privadas en la Región Metropolitana de Porto Alegre tras el contacto inicial con el Departamento de Educación del Estado y con la dirección de las escuelas. La selección de las escuelas que formaron parte de la muestra fue por conveniencia, tras la aprobación del proyecto por el Departamento de Educación del Estado. Respecto a esta parte, cabe destacar que se realizó un contacto inicial para la aplicación del protocolo de investigación, y que la recopilación de datos fue realizada por psicólogos y miembros del grupo de investigación.
Para la recopilación de datos, se les pidió a los padres o cuidadores legales de adolescentes menores de 18 años que firmaran el término de consentimiento libre e informado (TCLI), mientras que a los adolescentes menores de edad se les solicitó firmar el término de asentimiento —los adolescentes mayores de 18 años firmaron el TCLI—. Este estudio fue aprobado por el comité de ética en psicología de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (Opinión 1.143.563).
Análisis de datos
En general, se realizaron análisis estadísticos descriptivos e inferenciales, donde, inicialmente, se llevaron a cabo análisis descriptivos de los participantes y las variables de interés, como la media y la desviación estándar de los puntajes del CADRI y la frecuencia simple de los tipos de violencia de pareja. Considerando que la distribución de las variables no presentó una distribución normal, se realizó una prueba de Mann-Whitney para verificar la diferencia entre los patrones de perpetración de la violencia de pareja según el género. Después, se adoptó la ETA cuadrada (rr2) —a partir de la clasificación propuesta por Cohen (1988)— para interpretar la magnitud del tamaño del efecto —0.01 = pequeño, 0.06 = mediano y 0.14 = grande—.
Posteriormente, se realizaron regresiones logísticas bivariadas para investigar los predictores que aumentan la posibilidad de que el adolescente sea un perpetrador de violencia verbal-emocional (0 = no; 1 = sí), utilizando la técnica de estimación Enter. Se eligió la violencia verbal-emocional para este análisis, ya que estudios previos indican que este es el tipo de violencia más perpetrado por los adolescentes en sus relaciones íntimas (Barreira et al., 2013; Oliveira et al., 2014). De esta forma, las variables independientes utilizadas en el análisis fueron: presenciar violencia parental (0 = no; 1 = sí), haber sufrido abuso físico (0 = no; 1 = sí) y psicológico (0 = no; 1 = sí) en la infancia por parte de los padres o cuidadores, tener amigos que atacan física (0 = no; 1 = sí) y psicológicamente (0 = no; 1 = sí) a su pareja, ser mujer (0 = no; 1 = sí), y consumo de alcohol (0 = no; 1 = sí). Finalmente, se adoptaron los valores propuestos por Wilson (2010) para la interpretación de la regresión logística (Odds Ratio) —1.50 = pequeño, 2.50 = mediano y 4.30 = grande—; y las variables que fueron predictoras significativas de perpetración de violencia verbal-emocional de pareja se probaron en un modelo de regresión logística multivariante.
Resultados
Con respecto a la violencia perpetrada, los resultados mostraron que la violencia psicológica verbal-emocional (92 %) fue la más frecuente, seguida por la violencia sexual (37 %) y la violencia física (27 %). Adicionalmente, se observó una diferencia significativa en los puntajes medios de CADRI según el género, y, a partir de los resultados de la prueba de Mann-Whitney, se encontró que las mujeres perpetraron más violencia psicológica verbal-emocional, violencia física y violencia-amenazas psicológicas, mientras que los hombres perpetraron más violencia sexual, con tamaños de efecto pequeños (véase Tabla 1).
Tabla 1. Puntajes promedio de perpetración de violencia de pareja según el género
Adicional a esto, los resultados indicaron que más de la mitad de los adolescentes (59 %) informó haber experimentado algún tipo de "conflicto verbal" entre sus padres; que alrededor del 8 % de los adolescentes reportó haber presenciado violencia física entre sus padres, y el 6 % el uso de amenazas; y que, con respecto a la exposición al abuso durante la infancia, el 95.3 % de los perpetradores adolescentes informó haber sufrido algún tipo de violencia por parte de los padres o cuidadores —de ellos, el 94 % informó haber sufrido abuso psicológico, y el 75.2 %, abuso físico—.
Con respecto a la influencia de los grupos de pares, el 28.5 % de los participantes informó haber conocido a algún amigo que está experimentando algún tipo de violencia de pareja; además, el 48.6 % de los adolescentes reportó que sus amigos están celosos de su pareja, y el 14.1 % informó tener amigos que habían agredido físicamente a su pareja. Finalmente, con respecto al abuso verbal entre novios, el 27.5 % de los adolescentes informó tener un amigo que perpetra este tipo de violencia.
Análisis de regresión logística
A partir de los resultados de las regresiones logísticas bivariadas, donde se indican las variables predictivas de violencia verbal-emocional de pareja en la adolescencia, se observó que haber sufrido abuso psicológico en la infancia incrementa 5.98 veces la posibilidad de perpetrar violencia verbal-emocional en las relaciones íntimas adolescentes, y que estar expuesto a la violencia de los padres aumenta dicha posibilidad 2.13 veces. Las otras variables no fueron significativas en el modelo (véase Tabla 2).
Tabla 2. Regresión logística binaria para la perpetración de violencia verbal-emocional en relaciones afectivo-sexuales (n = 399)
Posteriormente, se realizó una regresión logística multivariada en la que solo se incluyeron en el modelo las variables de haber sufrido abuso psicológico en la infancia y haber estado expuestos a la violencia parental en la infancia. Los resultados mostraron que solo haber sufrido abuso psicológico en la infancia siguió siendo significativo en el modelo —B = [1.68], SE = [0.43], Wald = [15.02], p = .001—; y que, con el Odds Ratio estimado, había una mayor probabilidad —Exp (B) = 5.37, con un intervalo de confianza del 95 % (2.30-12.57)— para la violencia verbal-emocional cuando el adolescente había sufrido de abuso psicológico en la infancia. Asimismo, el modelo explicó el 9 % (Nagelkerke R2) de la perpetración de violencia verbal-emocional en adolescentes, además de que clasificó correctamente el 92.1 % de los casos. Finalmente, la variable expuesta a la violencia conyugal no fue significativa en el modelo.
Discusión
El fenómeno de la violencia en las relaciones afectivo-sexuales en la adolescencia se ha catalogado como un grave problema de salud pública, además de que ha sido asociado a varios factores desencadenantes, lo cual caracteriza la complejidad del tema y su carácter multicausal. Sin embargo, se ha encontrado que los diferentes estudios al respecto se enfocan en solo una variable o contexto de desarrollo, por ejemplo, solo la exposición a la violencia intrafamiliar (Izaguirre & Calvete, 2017; Karlsson et al., 2016; Kim et al., 2014; Reyes et al., 2015), la influencia del grupo de pares (Ellis et al., 2013; Foshee et al., 2013), o el uso de drogas (Baker, 2016; Facundo et al., 2009); pero pocos estudios han enfatizado más de un predictor de violencia de pareja (Gracia-Leiva et al., 2019; Maraska & Falke, 2015; Oliveira et al., 2014).
En vista de esto, el presente estudio tuvo como objetivo ampliar la comprensión de los factores asociados a la perpetración de la violencia de pareja, considerando dos contextos de desarrollo importantes para el adolescente: la familia y el grupo de pares; además de que las características individuales como el género y el consumo de alcohol fueron consideradas como variables predictivas. Teniendo esto en cuenta, la presente investigación se expande y contribuye de manera importante al desarrollo en el área, ya que tiene un carácter innovador al investigar en un solo estudio la influencia de los principales contextos de desarrollo del adolescente.
Ahora bien, con respecto a los patrones de perpetración de la violencia, los resultados indicaron que el 93 % de la muestra total de adolescentes había perpetrado algún tipo de violencia de pareja, fuera violencia física, psicológica, verbal, psicológica, relacional o sexual. De modo que, al comparar los resultados de la perpetración de la violencia de pareja con estudios previos en Brasil —que también usaron CADRI—, se puede observar que los datos encontrados en este estudio han sido mayores que aquellos con adolescentes de Recife (PE) (83.4 %, Barreira et al., 2014) y en diez capitales brasileñas (86.8 %, Oliveira et al., 2011). Estos datos también son superiores a los encontrados en otros países, como los hallados, por ejemplo, en Italia (43 %, Romito et al., 2013), Portugal (25.4 %, Caridade, 2011), España (24.5 %) y el Reino Unido (31 %, Viejo et al., 2015).
Sin embargo, es importante tener en cuenta que los datos de prevalencia dependen de la concepción de la violencia de pareja y de los instrumentos adoptados (Borges & Dell'Aglio, 2017; Shorey et al., 2008); además, se deben tener en cuenta los aspectos sociales y culturales del contexto del desarrollo de los adolescentes en este estudio, ya que procedían de la región sur de Brasil, la cual se caracteriza por aspectos culturales más rígidos, sobre todo en lo relacionado con el género y la cultura patriarcal. De hecho, las normas de género estereotipadas y legitimadoras para la violencia se citan como aspectos del contexto cultural fuertemente vinculados al fenómeno de la violencia de pareja en la adolescencia (Martínez et al., 2016; Oliveira et al., 2016).
Por otra parte, entre los tipos de perpetración, la violencia psicológica verbal-emocional fue la más frecuente (92 %), dato similar a lo encontrado en estudios previos que utilizaron el CADRI (Barreira et al., 2014; Marasca & Falke, 2015). Al respecto, Choi et al. (2017) argumentan que la violencia verbal-emocional puede ser una puerta de entrada o un factor de riesgo para otros tipos de violencia. De hecho, Reyes et al. (2017) señalan que la violencia psicológica es la más común entre los adolescentes debido a la mayor permisividad de este tipo de violencia en nuestra sociedad en comparación con otros tipos —como la violencia física o sexual—, y Oliveira et al. (2011) sostienen que la violencia verbal es un problema cultural, ya que es comúnmente aceptada en nuestra sociedad, además de que a menudo se reproduce como una forma de comunicación entre los adolescentes, lo que genera legitimidad para este tipo de violencia.
Asimismo, los resultados indican una diferencia según el género con respecto al tipo de violencia de pareja perpetrada, ya que en las niñas se presentó una mayor violencia psicológica y física de pareja, mientras que los niños tenían tasas más altas de violencia sexual. Dichos resultados son consistentes con encuestas nacionales e internacionales (Abilleira et al., 2019; Izaguirre & Calvete, 2017; Oliveira et al., 2014; Rey-Anacona, 2017); sin embargo, se enfatiza la necesidad de una visión crítica de esta diferencia, ya que la intensidad y las motivaciones de los delitos son diferentes entre niños y niñas (Giordano et al., 2010; Shorey et al., 2008), puesto que la violencia perpetrada por las niñas se relaciona comúnmente con los celos o con una forma de defensa propia de la violencia previamente sufrida (Shorey et al., 2008).
Al respecto, en un estudio cualitativo con adolescentes mexicanas se encontró que la perpetración de la violencia provocada por las adolescentes puede estar relacionada con la violencia verbal y psicológica —incluidos los insultos, el chantaje, la manipulación y el control—, y que esta tiene asociaciones importantes con los celos, la falta de habilidades de comunicación, la desconfianza y la traición (Pérez et al., 2019). Además de ello, con respecto a la violencia sexual —que es mayoritariamente ejercida por los niños—, en otro estudio, Oliveira et al. (2011) destacaron la influencia de los rígidos patrones sexistas y de poder en las relaciones amorosas, pues ambos contribuyen a una visión de que los hombres pueden violar y abusar del cuerpo femenino.
Por otro lado, estudios anteriores (Calvete et al., 2018; Cascardi, 2016; Izaguirre & Calvete, 2017; Reyes et al., 2015) han señalado que sufrir violencia familiar es un factor de riesgo para la violencia de pareja en los adolescentes, y los resultados del presente estudio confirman que haber sufrido abuso psicológico en la infancia se asocia con la perpetración de violencia verbal-emocional de pareja. En este sentido, los resultados de este trabajo refuerzan la hipótesis de la transmisión intergeneracional de la violencia, ya que los adolescentes comúnmente se convierten en reproductores de comportamientos aprendidos en el contexto familiar y llevan ese aprendizaje a espacios extrafamiliares, entre los que se encuentran las relaciones íntimas (Faias et al., 2016; Oliveira & Sani, 2009).
De hecho, la violencia de pareja puede entenderse como resultado de patrones intergeneracionales de violencia (Caridade, 2011; Jennings et al., 2014), pues ser víctima de abuso infantil en el contexto familiar puede convertirse en un modelo para futuras relaciones interpersonales violentas, dado que con este modelo se aprende que la violencia sería una forma válida de resolución de conflictos (Faias et al., 2016; Jennings et al., 2014).
Al respecto, nuevos estudios pueden contribuir a explicar los mecanismos por los cuales la violencia se transmite intergeneracionalmente, sobre todo si se consideran los hallazgos de la investigación sobre la aceptación de la violencia (Karlsson et al., 2016) y los mecanismos cognitivos —esquemas iniciales de maladaptación— (véase, p. ej., Young et al., 2008) que median la relación entre el abuso infantil y la violencia de parej a en la adolescencia (Borges & Dell'Aglio, en prensa; Calvete et al., 2018; Cascardi, 2016). Además, las diferentes variables psicológicas asociadas con el abuso infantil, como, por ejemplo, el apego inseguro en las relaciones entre padres e hijos, la baja tolerancia a la frustración y el bajo autocontrol (Jennings et al., 2014), deben investigarse más a fondo, ya que pueden mediar la asociación entre el abuso infantil y la violencia de pareja en la adolescencia.
Asimismo, cabe mencionar que los resultados de los estudios sobre la violencia de pareja pueden apoyar la planificación de políticas públicas de prevención. En este sentido, las intervenciones tempranas y preventivas con adolescentes en situaciones de violencia intrafamiliar —o prevención indicada— cobran gran relevancia, ya que esta población puede caracterizarse como de mayor riesgo para entablar relaciones íntimas abusivas. Así, los programas de prevención específicos para la violencia de pareja en la adolescencia aparecen como necesarios para ayudar a los adolescentes a reconocer la presencia de comportamientos abusivos en sus relaciones amorosas, así como para aprender formas de enfrentar conflictos sin el uso de la violencia, rompiendo el ciclo de violencia.
Al respecto, estudios recientes que evalúan la intervención en la violencia de pareja indican que mejorar las habilidades de comunicación asertiva puede ser efectivo para reducir el comportamiento abusivo en la pareja (Rey-Anacona et al., 2020). En particular, dichos programas de intervención pueden desarrollarse de manera participativa en las escuelas o en la red de salud, con un lenguaje cercano al público adolescente y, preferiblemente, incluyendo a los pares, ya que estudios previos señalan que este enfoque es más efectivo (Santos & Murta, 2019). Además, se destaca la importancia de las medidas preventivas que involucran a la familia, especialmente a los padres, en vista de la asociación de la violencia familiar con la violencia de pareja.
Finalmente, es importante señalar algunas limitaciones del presente estudio, como que se utilizó una muestra de conveniencia del contexto escolar en la que hubo una mayor presencia de mujeres adolescentes, lo que puede sesgar los resultados encontrados; o que se hizo uso de instrumentos de autoinforme que pueden llevar a los adolescentes a respuestas socialmente deseables. De igual forma, las experiencias de violencia sufrida durante la infancia —abuso— fueron evaluadas por un instrumento que se basa en los recuerdos de los participantes —retrospectivamente—, a partir de un diseño transversal, lo cual es, de igual forma, una limitación metodológica; sumado a que el instrumento IEVII está en proceso de validación, y que para este estudio solo se realizó un análisis de confiabilidad —donde se obtuvo un alfa de .83 para la escala general—.
Además, los resultados refieren a la visión de solo uno de los adolescentes de la díada amorosa; por lo tanto, se sugiere realizar una nueva investigación cualitativa con díadas de parejas para una mejor comprensión de la dinámica de la violencia en las relaciones afectivo-sexuales de los adolescentes. En este mismo sentido, destaca la necesidad de realizar estudios con diseño longitudinal, con el fin de investigar las variables psicológicas y cognitivas que contribuyen a la naturaleza intergeneracional de la violencia. En cuanto al nivel socioeconómico, aunque la muestra de este estudio incluyó tanto escuelas privadas como públicas, los diferentes contextos de inserción de adolescentes deben considerarse con mayor profundidad; y, para terminar, otro aspecto que debe destacarse es la necesidad de investigar no solo los factores de riesgo personales y familiares, sino también los factores de protección, los cuales pueden mitigar el impacto de los riesgos y ampliar las opciones para enfrentar los problemas.
Por último, a pesar de las limitaciones mencionadas, el presente estudio tiene un carácter innovador, ya que analizó dos contextos de desarrollo adolescente simultáneamente —la familia y el grupo de pares—, además de las características individuales; y, como conclusión, se puede afirmar que el haber sufrido abuso psicológico en la infancia se asocia con la perpetración de violencia verbal-emocional de pareja. Estos resultados dan cuenta de nuevas evidencias a favor de la hipótesis de la transmisión intergeneracional de la violencia de pareja; sin embargo, es importante considerar que la intergeneracionalidad no es un factor de riesgo en sí mismo, sino un mecanismo por el cual la violencia permanece a lo largo de las generaciones. Finalmente, el estudio contribuye como evidencia para que se proporcionen nuevos subsidios a intervenciones preventivas en situaciones de violencia de pareja, y para que, a futuro, se amplíe el debate sobre el fenómeno en el escenario brasileño e internacional.
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